Pongan sus facturas, los apuntes infumables o ese recuerdo de quien les partió el corazón en el lugar más recóndito de sus hogares. Denle tiempo y me comentan qué pasa. ¿Sigue ahí? ¿No se ha evaporado, verdad? Pues el aborto, una práctica que ilustra una falta de de educación sexual, de seguridad o a veces la mala calidad del condón o el exceso de pasión de los amantes, también va a seguir en España.

En 1976, Neliana Tersigni relataba lo que pasaba en la sala de espera de un departamento-clínica londinense. Todos los rostros, todos los acentos españoles juntos y con un denominador común la mirada de quien no podrá narrar lo que pasó al volver a casa . Abunda en estos días eso de que ahora el aborto seguro es de ricos. También de desesperados, queridos, y es que con esta ley la usura ha encontrado a otro amante: la desesperación.

El aborto clandestino con apariencia de profesionalidad no es barato, en ningún lugar. Por cuestiones profesionales pude comprobar como  una práctica clandestina y sin garantías llega a costar 1.000 euros y  pude ver cómo las mujeres lo consiguen, aliándose con la usura. Préstamos descabellados, empeños discretos a costa de la justicia y un largo etcétera pueblan este mercado.

Lo que es barato, puede salir muy caro. La mujer impulsada por el miedo, por la falta de alternativas o por la presión del entorno puede acabar consumiendo hierbas mágicas y misteriosas o sufrir sobredosis de fármacos comunes (que pueden ser abortivos a largo plazo) por malos consejos.

No es lo más drástico, hablando con profesionales me contaron casos de aborto caseros, simplemente horripilantes. El peor fue una madre que para evitar la vergüenza de que su hija fuera madre soltera se encargó de sacarle al bebé (parcialmente) con una aguja de tejer.

El resultado de estas práctica en la sombra son intoxicaciones, infecciones por interrupciones inadecuadas y una larga lista que representa un riesgo de muerte, que se eleva (salvo que la trama clandestina en España sea espectacular) desde el viernes 20 de diciembre de 2013.

Esta estampa no es España, aún. Sin embargo, puestos a reformar como hizo el ministro de Justicia, Alberto Ruiz Gallardón, hagámoslo a su tiempo.

Dudo, y quien lo deseé que me lance una piedra, que alguien deseé pasar por la experiencia de abortar. Para evitar ese caso  no hay que asustar, hay que enseñar. Hay que enseñar que existe el condón, que este se pone en el pene y en la vagina.  Hay que saber que hay métodos que es menos probable que se rompan y hay que hablar de sexo.

Estamos legislando en la vida sexual y reproductiva de la gente en un país donde la palabra pene, sexo o vagina siguen sacando una sonrisa de timidez. Legislar antes de concienciar por un lado a quien legisla de que los métodos anticonceptivos han de ser accesibles y a todos de que es mejor comprarlos con garantías que entre las patatas fritas y la gasolina toma un cariz desconcertante.

Ante la perspectiva, queda la pregunta de si, milagrosamente, por obra y gracia de la legislación desaparecerá lo que hoy hacen desaparecer de la ley. Por ahora enhorabuena charlantanes, enhorabuena usureros, enhorabuena especuladores del aborto clandestino tenéis un nuevo mercado: los úteros españoles.